Por: Salvador Heresi
Alcalde de San Miguel
Se ha dicho con sabiduría que un pueblo que no conoce su historia no puede comprender el presente ni construir el porvenir. Ese es el principio que nos inspira a los que somos fervientes partidarios de la edificación de un Museo de la Memoria en el Perú.
Auschwitz tiene un museo, Pearl Harbor tiene un museo, Hiroshima tiene un museo y en ningún caso lo que se busca es mantener abiertas viejas heridas o alimentar rencores.
Son intentos por conservar presente la evidencia de lo que puede sucederle a un pueblo cuando lo envuelve la violencia. Por eso, la tragedia que vivió nuestro país en las décadas de los ochenta y noventa necesita también un museo donde se cuente lo que ocurrió para que no nos vuelva a pasar.
Nadie quiere que se haga allí la apología de los terroristas ni la de aquellos que, a pesar de vestir el uniforme de la patria, incurrieron en delitos. Lo que debe haber allí más bien es, por ejemplo, un pabellón dedicado a los ronderos. Esos héroes anónimos que a pesar de no ser militares asumieron buena parte del peso del conflicto, y triunfaron. ¿A cuántos de ellos podemos identificar por su nombre y apellido?
Cómo omitir, por otra parte, un ambiente en el que podamos recordar a las autoridades políticas asesinadas, esos hombres y mujeres que, a pesar del riesgo al que se exponían, postulaban para trabajar por el desarrollo de su comunidad. Pepecistas, apristas, acciopopulistas, izquierdistas, independientes. Fueron cientos de valientes que no merecen ser ignorados.
No puede faltar tampoco la evocación de los periodistas asesinados. Muchos de ellos fueron sorprendidos por la muerte cuando cumplían sencillamente su trabajo. Y algunos todavía no regresan: están desaparecidos, pero no merecen ser olvidados.
Los mutilados, los heridos, las madres indefensas que “enferman” a sus hijos con sus tetas asustadas exigen un lugar en el recuento de lo que nos sucedió durante esos fatídicos años. Queremos conocer su historia, debemos conocerla. La Comisión de la Verdad recogió cientos de testimonios, elaboró conclusiones; toda esa información también debe tener su espacio en un ámbito donde no queremos excluidos ni memoria selectiva.
El tratamiento de una dolencia solo puede comenzar una vez que el paciente asume que está enfermo. Si extendemos esto al ámbito social, podríamos decir que la reconciliación nacional será posible cuando seamos capaces de mirar de frente a nuestro pasado asumiendo cada quien la cuota de responsabilidad que le corresponde.
La conducción del proyecto, por supuesto, debe recaer en un grupo plural y heterogéneo, que permita ahuyentar toda sospecha de parcialidad o sesgo ideológico. Deben estar representados la Iglesia, nuestras gloriosas Fuerzas Armadas, los partidos políticos, las viudas de militares y policías caídos en el cumplimiento del deber, nuestros valientes ronderos y la Comisión de la Verdad representando a la sociedad civil.
Invocamos por todo ello al presidente de la República a que reconsidere su decisión de rechazar la donación ofrecida por el Gobierno Alemán para este fin, y reiteramos nuestro ofrecimiento de conseguir un inmueble en San Miguel para edificar ese museo de la memoria que nos puede salvar a nosotros —y sobre todo a nuestros hijos— de la perniciosa amnesia colectiva.
Fuente: http://www.elcomercio.com.pe/impresa/notas/lugar-recordar/20090318/260680
Alcalde de San Miguel
Se ha dicho con sabiduría que un pueblo que no conoce su historia no puede comprender el presente ni construir el porvenir. Ese es el principio que nos inspira a los que somos fervientes partidarios de la edificación de un Museo de la Memoria en el Perú.
Auschwitz tiene un museo, Pearl Harbor tiene un museo, Hiroshima tiene un museo y en ningún caso lo que se busca es mantener abiertas viejas heridas o alimentar rencores.
Son intentos por conservar presente la evidencia de lo que puede sucederle a un pueblo cuando lo envuelve la violencia. Por eso, la tragedia que vivió nuestro país en las décadas de los ochenta y noventa necesita también un museo donde se cuente lo que ocurrió para que no nos vuelva a pasar.
Nadie quiere que se haga allí la apología de los terroristas ni la de aquellos que, a pesar de vestir el uniforme de la patria, incurrieron en delitos. Lo que debe haber allí más bien es, por ejemplo, un pabellón dedicado a los ronderos. Esos héroes anónimos que a pesar de no ser militares asumieron buena parte del peso del conflicto, y triunfaron. ¿A cuántos de ellos podemos identificar por su nombre y apellido?
Cómo omitir, por otra parte, un ambiente en el que podamos recordar a las autoridades políticas asesinadas, esos hombres y mujeres que, a pesar del riesgo al que se exponían, postulaban para trabajar por el desarrollo de su comunidad. Pepecistas, apristas, acciopopulistas, izquierdistas, independientes. Fueron cientos de valientes que no merecen ser ignorados.
No puede faltar tampoco la evocación de los periodistas asesinados. Muchos de ellos fueron sorprendidos por la muerte cuando cumplían sencillamente su trabajo. Y algunos todavía no regresan: están desaparecidos, pero no merecen ser olvidados.
Los mutilados, los heridos, las madres indefensas que “enferman” a sus hijos con sus tetas asustadas exigen un lugar en el recuento de lo que nos sucedió durante esos fatídicos años. Queremos conocer su historia, debemos conocerla. La Comisión de la Verdad recogió cientos de testimonios, elaboró conclusiones; toda esa información también debe tener su espacio en un ámbito donde no queremos excluidos ni memoria selectiva.
El tratamiento de una dolencia solo puede comenzar una vez que el paciente asume que está enfermo. Si extendemos esto al ámbito social, podríamos decir que la reconciliación nacional será posible cuando seamos capaces de mirar de frente a nuestro pasado asumiendo cada quien la cuota de responsabilidad que le corresponde.
La conducción del proyecto, por supuesto, debe recaer en un grupo plural y heterogéneo, que permita ahuyentar toda sospecha de parcialidad o sesgo ideológico. Deben estar representados la Iglesia, nuestras gloriosas Fuerzas Armadas, los partidos políticos, las viudas de militares y policías caídos en el cumplimiento del deber, nuestros valientes ronderos y la Comisión de la Verdad representando a la sociedad civil.
Invocamos por todo ello al presidente de la República a que reconsidere su decisión de rechazar la donación ofrecida por el Gobierno Alemán para este fin, y reiteramos nuestro ofrecimiento de conseguir un inmueble en San Miguel para edificar ese museo de la memoria que nos puede salvar a nosotros —y sobre todo a nuestros hijos— de la perniciosa amnesia colectiva.
Fuente: http://www.elcomercio.com.pe/impresa/notas/lugar-recordar/20090318/260680